La relación entre economía y medio ambiente
Artículo de Federico Aguilera Klink
Ilustraciones: Miguel García Brieva
Publicado en la Revista Rincones del Atlántico nº10 2019/2020: www.rinconesdelatlantico.com
“Ningún hombre mira jamás el mundo con ojos prístinos. Lo ve a través de un definido equipo de costumbres e instituciones y modo de pensar (…). La historia de la vida del individuo es ante todo y sobre todo una acomodación a las normas y pautas tradicionalmente transmitidas por la comunidad (…). La uniformidad de la costumbre, de la perspectiva que ve extenderse a su alrededor, le parece bastante convincente, y en verdad esconde ante él un accidente histórico. Acepta sin mayor dificultad la equivalencia entre la naturaleza humana y sus propias modalidades culturales”. Ruth Benedict. Pattern of culture, 1934.
“Los seres humanos (…) somos seres emocionales que nos movemos desde nuestras emociones, y (…) usamos nuestro razonar para justificar o negar nuestro emocionar. Los conflictos humanos jamás se resuelven desde la razón, y en los casos en que parece haber sucedido así, lo que sin duda ha ocurrido es que una u otra de las partes involucradas en el conflicto ha cambiado su “ emocionar” , ya sea de manera consciente o inconsciente. Cuando recurrimos a nociones que llamamos objetivas o científicas para sostener lo que decimos argumentación “racional ” para la protección de la vida, o para evitar, detener y luego revertir el proceso de daño ambiental en que vivimos, ¿qué estamos haciendo? ¿sabemos que hablamos de emociones, de motivos, cuando lo que hacemos es una argumentación que exponemos como si fuese una argumentación racional? Los problemas [ambientales] (…) no se resuelven desde la razón, solo se resuelven desde el deseo de convivir, de modo que esos problemas no aparezcan o se corrijan si aparecen, porque no se quiere convivir en ellos”. Humberto Maturana. “Prefacio”, en: Antonio Elizalde. Desarrollo humano y ética de la sostenibilidad, 2003.
“No recojas todos los guayabos, siempre hay que dejar en el árbol para los pájaros”. Álvaro Fariña, agricultor de Tenerife, 1987.
“Yo no tengo estudios pero tengo tiempo para pensar”. Cabrero de las medianías del sur de Tenerife, 1993.
PROHIBIDO VER LO EVIDENTE
Como seres humanos, somos producto de una cultura, de una educación, de unos valores y de una publicidad, en un sentido amplio. Aprendemos hábitos de comportamiento, maneras de ser, de pensar y de mirar, que vamos considerando como algo innato en lugar de verlo como algo circunstancial, que puede servir para vivir y con-vivir en determinados momentos pero que requiere un continuo cambio si se desea seguir manteniendo la vida y poder con-vivir. De lo contrario mantenemos comportamientos automáticos que pueden ir contra nosotros. “(…) las repuestas culturalmente condicionadas constituyen la mayor parte de nuestro inmenso equipo de conducta automá- tica” (Benedict, 1934: 31). En la medida en la que también aprendemos a ignorar muchos aspectos de nuestra vida cotidiana y sus implicaciones, es decir, a no cuestionarlos, se puede afirmar que esos comportamientos automáticos van configurando una “normalidad patológica”, enferma, mientras nos creemos ilustrados, con conocimiento y con conciencia, y ese es precisamente el gran problema, que vivimos como algo normal, por haberlo aprendido así, un estilo de vida que, al ignorar sus implicaciones, nos lleva al colapso porque descansa sobre el saqueo y el agotamiento de la mayoría de los recursos naturales y del medio ambiente, de los países y de las personas. Pero ver y entender esta situación no es nada fácil puesto que es nuestra propia cultura la que no nos enseña a ver con claridad estas relaciones, pues nos enajena, nos abstrae, de ellas.
Así pues, nos cuesta asumir que el estilo de vida occidental no se puede generalizar, ni siquiera en occidente, pues no hay recursos naturales que lo puedan mantener, ni existe un medio ambiente capaz de soportar la contaminación creciente causada por la actividad económica.
Confundimos habitualmente causas con consecuencias y la mayoría de las personas identifica erróneamente como problemas ambientales la contaminación, la desertificación, la deforestación, el cambio climático, etc., pero eso no son nada más que las consecuencias o resultados visibles cuyas causas son la economía y el estilo de vida, por lo que se suelen proponer medidas que no cuestionan el problema principal.
Dicho de otra manera, aprendemos a no relacionar actos con consecuencias y a ignorar que toda actividad económica se mueve en un contexto biofísico, es decir, necesita recursos naturales y genera, inevitablemente, residuos, y que es necesario adecuar nuestro estilo de vida a ese contexto o colapsa-remos. En consecuencia, salir de esa “patología de la normalidad” (Fromm, 1994), es decir, de esa adaptación normalizada y enajenada a una situación cultural, de seguir viendo como normal una manera de vivir y de consumir que no tiene nada de normal puesto que va contra la propia vida, entiendo que es la principal tarea para deshacer el engaño en el que vivimos, de manera que poda- mos ver lo evidente y romper la estructura psíquica enajenada o formateado mental que nos han creado y que nos impide comprender.
El problema adicional es que esa estructura psíquica incluye la creencia infundada de que los seres humanos razonamos habitualmente y podemos con-vencernos en un hipotético diálogo reflexivo (con-versar) para reconocer y resolver estos problemas. Esto está basado en la creencia de que “(…) somos seres racionales y que la razón es lo que debe guiar y dar validez a nuestras acciones. Es porque argumentamos desde esta enajenación por lo que no sabemos usar nuestro razonar como fuente de ampliación de nuestro entendimiento, de nuestro ser seres humanos amorosos, abiertos a la colabo- ración y deseosos de un convivir en el mutuo respeto, así como espontáneamente comprometidos para actuar de manera responsable en relación con ese entendimiento. Si de hecho nos diésemos cuenta de que vivimos enajenados en creernos seres primariamente racionales, cuando lo fundamental es nues-tro ser emocional, si de hecho nos diésemos cuenta de que la potencia y efectividad de nuestros argumentos racionales depende de las premisas básicas, aceptadas a priori, que los fundan y de los deseos que nos orientan en su uso, entonces, frente a una discrepancia con otro, ya no buscaríamos más con-vencerlo con nuestros argumentos, sino que solamente querríamos mostrar lo que entende-mos en esa situación deseando inspirarlo a participar con nosotros en el uso de su <emocionar> y razonar para la co-creación de un convivir ético que sea deseable para ambos tanto como para la comunidad humana y ecológica de seres vivos que nos hace posibles y nos sostiene” (Maturana, 2005: 14).
Todo esto supone que tenemos capacidad de pararnos y preguntarnos si realmente buscamos ese con-vivir del que habla Maturana, si nos preocupa la vida, lo que nos permitiría situarnos y reconocer “envoltorios” (seudorrazones) que al reconocerlos nos facilitarían el coincidir en el emocionar. Pero seguimos inmersos en meras creencias ya que las grandes decisiones económicas y políticas (y los costes ambientales, personales y sociales que requieren) se toman, conscientemente, desde una emocionalidad criminal, aplicando violencia, engañando deliberadamente a las personas y yendo en contra del interés público y del deseo de con-vivir, por mucho que se disfracen de razones de lógica económica supuestamente científica e incontrovertible o bien de decisiones tomadas de manera democrática porque un parlamento las apoya por mayoría. “Una mesa de mandatarios mundiales hoy se parece mucho a una reunión de capos de los años 20”, afirmó recientemente el escritor Manuel Rivas (1). ¿Hay diferencias con las mesas (parlamentos) de los mandatarios nacionales y locales? No, pero el “disfraz” se mantiene y lo que se consigue con él es que la mayoría de las personas no pueda vincular o relacionar con claridad el estilo de vida habitual con la economía violenta ni con la degrada-ción ambiental (que es otro tipo de violencia), pues el mensaje implícito consigue disfrazar esa violencia para que se vea como algo ajeno a nuestra manera “civilizada” y “culta” de vivir. Cuando yo preguntaba a los estudiantes, en cuarto curso de Económicas, por qué creían que había tanta pobreza y violencia fuera de Europa, la respuesta mayoritaria era que en África, Asia o América Latina la mayoría de la gente es analfabeta o violenta, respuesta ignorante obviamente construida desde los medios de comunicación y desde la “educación”.
TRES ASPECTOS BÁSICOS DE LA ECONOMÍA CRIMINAL QUE SON LA BASE DE LOS PROBLEMAS AMBIENTALES
Teniendo en cuenta lo anterior, parece que no es posible hacer propuestas que sean claras y viables para resolver los problemas ambientales si no definimos bien esos problemas. Hay tres diagnósticos muy relacionados que, desde mi punto de vista, los definen muy bien partiendo de la pregunta. ¿Cuál es el problema? Los menciono brevemente y más adelante profundizo en ellos:
1. La desigualdad en la toma de decisiones y en la utilización del capital ecológico por parte de los países industriales. “(…) los países en desarrollo deben evolucionar en un mundo donde la diferencia de los recursos entre la mayoría de los países en desarrollo y los países industriales sigue aumentando y donde éstos predominan en la adopción de decisiones de ciertos órganos internaciona-les clave y ya han utilizado gran parte del capital ecológico del planeta. Esta desigualdad es el principal problema ‘ambiental’ del planeta y su principal problema de desarrollo” (CMMAD, 1987) (2).
2. Los hábitos de consumo. “Los auténticos ‘problemas’, responsables de las pérdidas y daños ecológicos, los constituyen las pautas de conducta y de consumo de los seres humanos en la actualidad” (Unión Europea, 1992) (3).
3. La política tramposa.Y lo escribe Cristina Narbona, cuando era ministra de Medio Ambiente, en el prólogo al Informe Recursos Mundiales 2004. “(…) los datos estadísticos mundiales demuestran que la mala gestión de los recursos naturales aumenta la marginación de los pobres y provoca el desencuen-tro entre gobernantes y gobernados, degenerando, en muchos casos, hacia una institucionalización de la corrupción (…) no hay mayor amenaza para el medio ambiente que la demagogia, es decir, el enga-ño a los ciudadanos, el ocultismo intencionado de datos y decisiones, la manipulación interesada de la situación real de los recursos naturales y de las alternativas que existen para explotarlos adecuada-mente (…) los políticos, los administradores públicos del medio ambiente, jugamos un papel funda-mental a la hora de elegir entre la demagogia o la transparencia” (4).
Entiendo que estos tres diagnósticos son paradójicos en el sentido de que muestran la paradoja de que los principales “problemas ambientales” no son los que nos han enseñado a ver como tales, es decir, las consecuencias, sino sus causas originales que, por retomar el lenguaje de Maturana, comparten la ausencia de un deseo de con-vivir. Y la causa fundamental es la noción y la visión de la economía que permea la cultura occidental, que vemos como normal, así como el contexto político institucional tram-poso en el que se inserta. Al hablar de economía me refiero a la mezcla de: a) racionalidad económica, hábito de pensamiento en el sentido de que creemos que todo tiene un precio (y creemos que lo paga-mos gracias al mercado); b) que es normal y deseable que crezca continuamente el volumen de nego-cios, es decir, que aumente el PIB (Producto Interior Bruto), aunque no sepamos cómo beneficia ese aumento a las personas ni las consecuencias ambientales que tiene, olvidándonos así de que el PIB es un indicador de velocidad (puede subir o bajar) pero no nos indica la dirección hacia la que nos dirigi-mos ya que crecer o decrecer en términos monetarios no significa que vayamos bien ni mal si no sabe-mos a costa de qué se crece o se decrece ni cómo afecta a las personas y al medio ambiente ese crecimiento o decrecimiento; c) reglas de juego, política y poder, que enmarcan todas las actividades humanas y que definen (las reglas nunca son neutrales) a quienes van a beneficiar o perjudicar, tal y como ocurre con la normativa fiscal, laboral y ambiental.
Entonces, para que las propuestas que se hagan tengan sentido habrá que comprobar si abordan algunas de las causas o son simplemente una lista de buenas intenciones, sin olvidar que una “buena política tramposa” relacionada con la desigualdad violenta del punto 1, va a tender a desbaratar medi-das razonables para cambiar hacia un estilo de vida compatible (con-vivir) con este planeta como se-rían el apoyo a una agricultura ecológica de proximidad a pequeña escala, la disminución del transporte individual o incluso la disminución del turismo. Llama la atención, por ejemplo, que los llamados Trata-dos Comerciales negociados por los diferentes gobiernos tengan, entre otros objetivos, aumentar el crecimiento económico y acabar con la agricultura campesina que precisamente es ecológica y pro- porciona alimentos de calidad a millones de personas, asesinando a los líderes campesinos que se oponen a ellos (5).
Por otro lado sigue manteniéndose, de manera deliberada e interesada, la confusión del PIB (6) como indicador de bienestar y de éxito a pesar de la evidencia empírica que muestra desde hace varias décadas (Weisskopf, 1965; Mishan, 1969) que el PIB puede crecer, entre otras actividades gracias a los atascos de tráfico, al aumento de accidentes laborales y de circulación o al incremento de enferme-dades y de muertes generado por una alimentación insana basada en una agricultura que depende de los agrotóxicos, al crecimiento de la venta de medicamentos para paliar (o no (7)) síntomas de enfer-medades generadas por las condiciones de trabajo (8) (como es el caso de las kelly, las limpiadoras de habitaciones en hoteles), y también gracias al deterioro ambiental que requeriría gastos compen-satorios (9) o inversiones en descontaminación, siempre que los daños fueran reversibles. En suma, que a mayor deterioro de las condiciones de vida más aumento del PIB tendríamos, de ahí las risas del profesor de economía y de sus estudiantes del dibujo ante los iconos de culto de la economía. De hecho, la OCDE ha incorporado recientemente como aumentos positivos del PIB las estimaciones monetarias del gasto realizado en prostitución y drogas (10).
Toda una legitimación del auténtico disparate que se oculta tras un indicador como el PIB, puesto que, de acuerdo con la OCDE, más prostitución y más consumo de drogas, así como un aumento del gasto público destinado a combatir esas actividades, aumentaría el PIB, lo que tal y como se interpreta habitualmente significaría que el bienestar de la población aumentaría. Seguimos, pues, con una obsesión irrelevante por la cuantificación monetaria de actividades como si poner una cifra que muestre unidades monetarias sirviera para indicarnos que sabemos realmente qué es lo que se está midiendo y cómo contribuye al bienestar de las personas. La realidad es que podemos poner tantos números o estimaciones monetarias como deseemos, pero su capacidad explicativa es muy baja pues esos números excluyen habitualmente algo como la calidad de lo que se pretende incluir, porque la va-riable calidad es algo que no manejan habitualmente los economistas.
Hay un espléndido dibujo de Miguel Brieva que expresa muy bien todo lo anterior y que constituye, desde mi punto de vista, una excelente lección de economía real que nos permite entender dónde estamos y cuáles son los problemas a abordar.
Se trata de la compra de un teléfono móvil-juguetito (pueden ser muchos otros objetos) y la pregunta sobre su precio nos permite ver con claridad algunos aspectos clave de nuestra vida cotidiana habitualmente ignorados, como:
a) La confusión existente entre costes y precios. Al comprar algo, raramente nos preguntamos cómo se ha producido o fabricado ese objeto o ese alimento, por lo que ignoramos los costes reales que incluye el precio. Lo habitual es que el precio ignore todos los daños sociales (condiciones laborales, salarios de miseria, largas jornadas, etc.) y ambientales (contaminación del suelo, del agua y del aire, destrucción de los bosques y del paisaje, etc.) (Kapp, 1950). El resultado es que el precio que pagamos es muy inferior a su coste real (total) social y ambiental (en gran medida ignorado) con la conclusión final de que si pudiéramos calcular ese coste real, no necesariamente en términos monetarios sino en términos de costes asociados al deterioro y la desaparición de las funciones ambientales que cumplen los ecosistemas, el precio sería tan elevado que casi nadie podría comprar el producto (11). El problema adicional es que a la larga esos costes nos llegan, también, a los compradores, por lo que la medida más razonable y sostenible es no adquirir los alimentos y productos cuyos costes no estén claramente especificados e iniciar un proceso de autolimitación de nuestro consumo.
b) A una mayoría de personas nos han convertido en consumidores compulsivos, eternos lactantes insatisfechos (Fromm) que tratamos de adquirir afecto o bienestar sin conseguirlo mientras perjudicamos a millones de personas y apoyamos la destrucción ambiental, consciente o inconscientemente, al no cuestionar esta economía normalizada, pues vivimos en la creencia de que nuestro estilo de vida y de consumo no perjudica ni es responsable de la destrucción del medio ambiente ni de la muerte de millones de personas. Así pues, “Entendemos bien la respon-sabilidad individual que tiene una persona que mata o que roba. Nuestra imaginación moral está conformada a esa escala. Pero no hay manera de explicitar el tipo de responsabilidad que tene-mos con las estructuras de un sistema económico y político que roba y mata masivamente de forma ciega y anónima. Hay aquí una desproporción radical. Una desproporción que –decía Günther Anders– nos ha convertido en analfabetos emocionales y en indigentes morales” (12). Y además nos “creemos” cultos y con valores democráticos mientras vivimos en un contexto que El Roto identifica como “Prohibido ver lo evidente”. La realidad es aún más grave, pues ese analfabetismo emocional más la indigencia moral, la falta de escrúpulos, cuando son enseñados y legitimados en la universidad bajo el paraguas de la llamada ciencia económica y de las escuelas de negocios, se convierten en “racionalidad económica y/o empresarial”, en hábito de pensamiento y de comportamiento que convierte al que lo practica en un criminal normalizado y aceptado aunque sus objetivos sean completamente asociales. De hecho, es Zuboff, una antigua catedrática de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, la que califica esta práctica económico-empresarial como “crímenes económicos contra la humanidad” (13).
c) La ignorancia sobre lo que son los mercados. Lo anterior ocurre gracias a un mercado en el que las reglas (condiciones degradadas de trabajo y de deterioro impune del medio ambiente) las fijan los poderosos, y por lo tanto donde se legitima la guerra y la violencia sobre las personas y el medio ambiente como algo habitual pero que en apariencia no está relacionado con nuestra economía ni nuestro estilo de vida. Por eso, tanto la universidad como los medios de comunicación transmiten una idea o creencia sobre el mercado que es errónea, ya que lo muestran como expresión de libertad en la toma de decisiones cuando no es así. La realidad es bien diferente, pues esos llamados mercados reflejan fundamentalmente el poder de las grandes corporaciones y su vinculación con los gobiernos, tal y como está ocurriendo con los Tratados Comerciales. “La derecha tiene tanto interés como los progresistas en que el sector público intervenga en la economía pero (…) redistribuyendo el ingreso en provecho de los más ricos y ocultando estas intervenciones, para que parezca que las estructuras que redistribuyen el ingreso hacia los de arriba no son más que el resultado del funcionamiento natural del mercado” (Baker, 2010)14. Más adelante vuelvo sobre este aspecto.
d) Democracia ficticia. No hace falta insistir mucho en que los dos puntos anteriores revelan la hipocresía de que la democracia y sus valores cuentan, pues la realidad nos muestra que ni se tiene en cuenta a las personas ni tene- mos en cuenta el medio ambiente. Si las personas realmente contásemos y fuésemos respetadas por los políticos y los empresarios no estaríamos en la situación social y ambiental que esta- mos viviendo, como veremos con deta- lle más adelante. Por otro lado, y de acuerdo con Passet (1979), la distinción entre ser humano y medio ambiente es superflua ya que el ser humano está en la naturaleza, es decir, pertenece a un medio a cuyas leyes está sometido, pero al mismo tiempo la naturaleza está en el propio ser humano, puesto que la materia que lo forma es la misma que aquella de la que está hecho el mundo. Finalmente, el ser humano es naturaleza en el sentido de que representa el final actual de una larga evolución.
En definitiva, de lo que trato con el dibujo de Brieva es de ilustrar con claridad una situación que supone una auténtica revolución frente a la visión convencional que confunde causas y consecuencias y que crea ministerios (15) y consejerías de Medio Ambiente, auténticos floreros inútiles y más bien perniciosos al hacer creer a la gente que desde los gobiernos se defiende el medio ambiente y que las personas importan, mientras en el resto de los ministerios y consejerías se mantiene como objetivo más deseable el crecimiento económico medido por el PIB. Pero es justo al contrario, pues no hay ministerio o consejería de Medio Ambiente que pueda hacer un trabajo honesto si no cambian los objetivos económicos de los demás ministerios y consejerías. Lo paradójico es que sabemos que lo anterior no es nuevo, pero tampoco es habitual verlo con claridad y hablar sobre ello, pues hemos aprendido a no ver lo obvio.“(…) hay que ser ciego para no ver que la estructura de poder en los dos sistemas tradicionales (capitalista y socialista) es tal que genera resultados finales que no son compatibles con la sostenibilidad ecológica (…) En parte, lo que tiene que suceder es que la gente hable en voz alta de lo obvio. Y, en cierto modo, la comunidad académica y la comunidad intelectual son las principales responsables de este silencio” (Entrevista a Gar Alperovitz, 1996). Largo y mal momento para ambas comunidades, pues llevan décadas de silencio y de mediocridad. “Las universi- dades se han convertido en amplia medida en las criadas del sistema corporativista.Y esto no se debe sólo a las especializaciones académicas y sus impenetrables dialectos, que han servido a su vez para ocultar tras multitud de velos la acción gubernamental e industrial (…) si las universidades son incapa-ces de enseñar la tradición humanista como parte central de sus más alicortas especializaciones, es que se han hundido otra vez en lo peor del escolasticismo medieval” (Ralston, 1997: 81-82). El resul-tado final es que las miradas críticas, humanistas o, simplemente, conectadas con las preocupaciones reales de las personas, son poco habituales en las universidades que, en su mayoría, forman ya parte del establishment como criadas pero “creyendo” (¿engañándose?) quizás, que su trabajo es honesto y socialmente relevante aunque, en la mayoría de los casos, no es así. Dados los incentivos académicos para ser considerado merecedor de una plaza de profesor, cada vez es más necesario que el trabajo académico sea socialmente irrelevante y no cuestione nada si quieres que te publiquen en alguna revista académicamente relevante en el sentido de que “cuente” como mérito académico. Esto es lo que el escritor norteamericano Philip Roth, en su novela La mancha humana (2000), califica de “Basura académica prestigiosa”, refiriéndose a las universidades norteamericanas. La situación ha ido a peor. “Las universidades ya no preparan a sus alumnos para el pensamiento crítico, no les enseñan a analizar y criticar los sistemas de poder y los presupuestos culturales y políticos (…) se han convertido en escuelas profesionales, en criaderos de gestores de sistemas preparados para servir al Estado em- presarial. Firmando un pacto faustiano con éste, muchas de esas universidades han visto incrementar-se las donaciones que reciben y los presupuestos de sus departamentos con miles de millones de dólares procedentes de empresas y del Gobierno (…) A cambio, esos centros universitarios, al igual que los medios de comunicación y las instituciones religiosas, no solo guardan silencio sobre el poder empresarial, sino que también tachan de ‘político’ a todo aquel que dentro de sus confines cuestiona los desmanes empresariales y los excesos del capitalismo sin trabas (…) sobre todo en los departamentos de Ciencia Política y Economía, repiten como loros la desacreditada ideología del capitalismo desregulado” (Hedges, 2011, 22-23).
El resultado final es la irrelevancia intelectual y social de la universidad como espacio de reflexión y de pensamiento independiente, convertida desde hace mucho tiempo en un espacio de sumisión y de aburrimiento. Las universidades llevan muchos años vendiendo humo. Los estudiantes ven con claridad que no aprenden sino que asisten, dentro del esquema del “estalinismo de mercado” (Fisher, 2016), a un ritual (no se le puede llamar enseñanza) en el que no cuenta que se aprenda sino que “prima la evaluación de los símbolos del desempeño sobre el desempeño real” (Fisher, 2016: 76). Es decir, que se satisfaga la apariencia de aprender, de ahí tanta burocracia y papeleo inútil de carácter ceremonial que hay que cumplir sin que importe en absoluto si los estudiantes realmente aprenden a pensar por cuenta propia. Lo importante para aprobar la evaluación que el Ministerio realiza de cada facultad o grado, de cara a renovar la acreditación para seguir impartiendo la enseñanza, es demostrar que se cumple un protocolo, que se obedece, que se rellenan bien las guías docentes (aunque no se sepa bien qué se dice en ellas), no qué es realmente lo que se enseña.
Obviamente, formar personas que piensen por cuenta propia es una amenaza para la continuidad de esta “normalidad patológica”, por lo que “(…) deberá enseñarse la ignorancia en todas sus formas posibles” (16). El problema es que “(…) no se trata de una tarea fácil y, hasta el momento, salvando algunos progresos, los profesores tradicionales no han recibido una formación adecuada al respecto. La escuela de la ignorancia requerirá reeducar a los profesores, es decir, obligarles a ‘trabajar de forma distinta’, bajo el despotismo ilustrado de un ejército potente y bien organizado de expertos en ‘ciencias de la educación’. Evidentemente, la labor fundamental de dichos expertos será definir e imponer (por todos los medios de que dispone una institución jerárquica para garantizar la sumisión de los que de ella dependen) las condiciones pedagógicas y materiales de lo que Debord llamaba la ‘disolución de la lógica’: en otras palabras, ‘la pérdida de la posibilidad de reconocer instantáneamente lo que es importante y lo que es accesorio o está fuera de lugar; lo que es incompatible o, por el contrario, podría ser complementario; todo lo que implica tal consecuencia y lo que, al mismo tiempo, impide’” (Michéa, 2002, 46-47). (Cursiva en el original).
Y lo mismo ocurre con la investigación, lo importante no es qué se investiga sino dónde se publica. Mi experiencia es que la credibilidad la tienen, a título individual, algunos profesores/as, pero en conjunto la universidad es un espacio estéril, de ignorancia, del que los estudiantes están deseando escapar lo más pronto posible (“saludable desprecio”, llamaba Azaña en 1911 a esta actitud) con su papelito-título de dudosa utilidad. Esta huida es más que comprensible pero no es nueva. Hace ya bastantes años que suelo hacer dos preguntas a los estudiantes de distintas universidades cuando imparto algún curso o conferencia. La primera es ¿Cuándo dejaron de estudiar para aprender y empezaron a estudiar para aprobar? La respuesta unánime es: en el primer cuatrimestre del primer curso de la licenciatura o del grado, algo que yo interpreto como el desánimo total ante las prácticas habituales de enseñanza. La segunda es ¿Cuántos profesores sienten que realmente les han enseñado o les han transmitido entusiasmo a lo largo de los cursos de licenciatura o de grado? La respuesta nunca pasa de cinco profesores en toda la carrera, el mismo resultado que expresé yo, y el grupo de estudiantes amigos, a lo largo de mis años de estudio de la licenciatura de Económicas en la Universidad Complutense de Madrid entre 1970 y 1975.
Una universidad con estos resultados está prácticamente muerta, es realmente una escuela de ignorancia y prepara a los estudiantes para ser “cretinos militantes”, como señala Debord, o simplemente los prepara para esta normalidad patológica. Aunque habría que ver en qué medida este “estudiar para aprobar” es una señal de inteligencia, asumiendo que no van a aprender las majaderías que se les pretenden enseñar, y les hace más inmunes a esa cretinización, pues los estudiantes aprenden que tienen que repetir lo que el profesor les dice pero sin creerse nada de lo que escriben. Memorizan, repiten y borran esperando que en algún otro momento puedan tener la posibilidad de aprender algo y disfrutarlo. Como le dice un estudiante a otro en un dibujo de El Roto, “Mejor es que crean que no entendemos lo que leemos a que sepan que no nos interesa”. Y en otro dibujo del mismo autor, un estudiante le dice a otro, “Los llaman exámenes, pero se trata de saber si agachamos bien la cabeza”. De nuevo Brieva acierta plenamente con su dibujo sobre la enseñanza al mostrar que ésta se centra en enseñar a Repetir (mentiras) en lugar de enseñar a Pensar por cuenta propia.
Por otro lado, la mayoría de las carreras universitarias siguen siendo excesivamente largas y sin apenas contenido relevante, duplicándose y triplicándose “temas sin contenido y sin profun-didad” y evitándose las cuestiones clave y las preguntas relevantes que son las que permiten comprender en qué sociedad vivimos, qué implicaciones tiene nuestra manera de “pensar” y de vivir y qué perspectivas tenemos como especie para vivir de manera razonable en este planeta. “Pregunté a un médico cuánto tiempo tardaría en enseñarme a ser médico. ‘Seis semanas’, respondió (…) Después de todo, no tardamos en olvidar al menos la mitad de lo que aprendemos en la univer-sidad (…). Pregunté a un ingeniero cuánto tiempo tardaría en enseñarme a ser ingeniero. ‘Tres meses’, respondió. No a ser un verdadero ingeniero, sino a comprender su lenguaje y sus problemas, a apren-der lo esencial de su forma de pensar” (Zeldin, 1999). Y peor aún sería con los estudios de Ciencias Sociales, donde se “enseña” a base de manuales obsoletos y descontextualizados y se repiten consig-nas sin tener tiempo para reflexionar sobre las cuestiones y conceptos relevantes.
Desde hace unos años, este espacio estéril va siendo cada vez más controlado y mediatizado por las mal llamadas cátedras empresariales que, en España, acabarán haciéndose con las propias universi-dades y dirigirán sus planes de estudio, su investigación y su formación hacia lo que les interese a esas cátedras que, con seguridad, no va a ser comprender en profundidad qué es lo que está ocurriendo, algo que ya saben bien pues son ellas protagonistas y orientadoras de lo que ocurre. Ya sabemos que los bancos no van a crear cátedras que estudien con libertad temas como las pensiones públicas para que se pueda concluir que hay soluciones distintas a las de suscribir planes privados de pensiones, ni es probable que las cátedras de Turismo vayan a aconsejar disminuir el número de turistas aunque la saturación sea obvia y los costes sociales que impone el turismo sean muy elevados. Las cátedras están creando profesores e investigadores sumisos y obedientes que se sienten orgullosos de su trabajo sumiso. La continuidad de la irrelevancia y de la mediocridad está garantizada y, mientras los estudiantes aguanten y no hagan públicas sus vivencias y expresen su queja por el fraude que supone recibir unas clases de tan baja calidad, esto no cambiará como no parece haber cambiado mucho desde hace más de un siglo.
En 1911, Azaña escribió un breve texto sobre la universidad que mantiene una actualidad lamentable, ahora teñida con un barniz de pedagogía moderna, y con el mismo desprecio por parte de los estudian-tes, ahora disfrazado de “fracaso escolar” aunque quizás sería más preciso calificarlo como rechazo estudiantil o fracaso de la universidad. Señalo algunos párrafos:
“Triste y difícil es la vida de Universidad (…) hay que sufrir la aridez de las clases sin objeto, someterse a una gimnasia mental absurda, apechugar con libros farragosos y tragarlos como quien traga estopa (…) A las ‘ lecciones de cosas’ que se esfuerzan en darle los últimos esla-bones de la cadena adminis-trativa opone la juventud un saludable desprecio. ¡Todo esto pasará como una torturante pesadilla! El escolar aprende a contar el tiempo, como no lo contará más en su vida, como no lo cuenta nadie, sino cuando está cautivo o preso (…) Hornadas de doctores, de licenciados, salen cada año preparados para abrirse camino a través de la libre competencia. Mas, ¡a qué precio! La Universidad no es un hogar científico, un centro de investigación, un probadero de la aptitud; es una oficina montada para servir los intereses ya nombrados, una estufa donde se mantienen vivas y se cultivan las más pernicio-sas supervivencias. El régimen de la Universidad parece hecho para adormecer las grandes cualidades y fomentar el contagio moral, la propagación de todos los gérmenes nocivos que incuba el alma. En ese régimen naufragan los peores y los mejores; flotan y sobreviven los mediocres” (Azaña, “El templo de Minerva”, 1911). Desde luego, después de lo que está aflorando a raíz del caso Cifuentes (y de los muchos casos similares que debe haber en otras universidades), hay que reconocer lo poco que hemos avanzado.
EL DIAGNÓSTICO DE “NUESTRO FUTURO COMÚN”: LA VIOLENCIA DE LOS PAÍSES PODEROSOS IMPIDE CON-VIVIR Y SAQUEA EL PLANETA
No me canso de señalar que el Informe Brundtland (Nuestro Futuro Común) publicado en 1987 por la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo y que tanto se cita para hablar de desarrollo sostenible, proporciona en sus primeras páginas el mejor diagnóstico realizado en mucho tiempo, como señalé más arriba. “(…) los países industriales predominan en la adopción de decisiones de ciertos órganos internacionales clave y ya han utilizado gran parte del capital ecológico del planeta. Esta desigualdad es el principal problema [ambiental] del planeta” (CMMAD, 1987).
Efectivamente, esta desigualdad en la toma de decisiones (léase imposición violenta de decisiones) y en la apropiación del capital ecológico del planeta por parte de los países industriales (léase saqueo impune del planeta por parte de estos países) es una buena y “delicada” manera de definir cuál es el principal problema ambiental. Por eso no considero honesto usar el término Antropoceno para describir la situación ambiental que estamos viviendo, ya que no es la humanidad en conjunto la que nos ha llevado al cambio climático y el deterioro y pérdida de la biodiversidad, sino una lógica y unos estilos de vida impuestos por una pequeña parte de la población, de acuerdo con numerosos informes y autores, tales como Silvia Ribeir (17), Victor Toledo (18), OXFAM (19), entre otros, sin olvidarnos del citado Commoner. Por si hay dudas, sólo tenemos que prestar atención a las guerras que “Occidente” declara y promueve una y otra vez para saquear los recursos naturales, eso sí, en nombre de la democracia, los derechos humanos, la competitividad y el mercado, sin olvidarnos del maltrato que nuestro propios gobiernos nos dan en nuestros propios países con la excusa de la crisis (que no ha sido nada más que un atraco perfecto) mediante los recortes de derechos y de fon-dos públicos para que los bancos puedan seguir obteniendo ingentes beneficios ¿Se puede consi-derar como gobiernos democráticos aquéllos que promueven y practican, directa o indirecta-mente pero de manera habitual, este comportamiento violento de saqueo del planeta causando millones de muertos, 4 millones en lo que va de siglo y 7 millones desde el 11-S, según los trabajos desarrollados por Nicolas Davies (20), así como daños ambientales irreversibles (cambio climático, pérdida de biodiversidad, etc.) mientras mienten impunemente? ¿Se puede esperar de esta Unión Europea un trato democrático dentro y fuera de nuestras fronteras después de ver lo que el Eurogrupo, con la complacencia de los gobiernos europeos, le han hecho a Grecia?
Por otro lado, nadie puede aceptar honestamente que las guerras recientes y actuales de Irak, Afganistán, Libia y Siria, la creación del Estado Islámico, el golpe de Estado en Ucrania apoyado por EEUU y la Unión Europea, los años de presión y guerra económica a Venezuela, Brasil, Bolivia y Ecuador, los golpes de estado promovidos por EEUU en América Latina, así como los intentos de involucrar a Rusia y China en una nueva y quizás última y definitiva tercera guerra mundial, insisto, nadie puede honestamente aceptar que toda esta violencia sea ajena al deseo de apropiarse ilegal y criminalmente de los recursos naturales (21). Por otro lado, la ausencia de guerras no significa que no haya violencia y crímenes, pues, con frecuencia, las corporaciones “pactan” con los gobier-nos de algunos países, o les imponen, el saqueo impune de sus recursos, como la Shell en el Delta del Níger (Nigeria), uno de los casos de contaminación más salvajes, mientras por otro lado financian publicaciones y concursos fotográficos en defensa de la naturaleza (22). Peor o igual es el derrame deliberado de crudo que hizo Texaco en la selva de Ecuador, aunque a diferencia del gobier-no de Nigeria, el gobierno de Ecuador sí ha hecho frente a esta empresa (23). Tampoco podemos ignorar que, según Amnistía Internacional, 437 activistas ambientales han sido asesinados en los dos últimos años (24).
Y, además, cuando se produce alguna matanza terrorista en ciudades europeas, sin que la autoridad del atentado esté clara (una cosa es quién atenta, el suicida, y otra quién mueve los hilos del suicida), los medios de comunicación responden “afrentados” con un “No cambiarán nuestro modelo de convivencia” (25), cuando precisamente es nuestro modelo el que no para desde hace siglos de generar guerras, saqueo y muerte (26). Seguir llamando a esta violencia habitual “modelo de convi-vencia” es mucho más que un sarcasmo, es legitimar el modelo criminal de economía occidental y anestesiar moral y emocionalmente a los occidentales, pues toda esta violencia es consustancial a las decisiones económicas. “La economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado. Los organismos internacionales que controlan la moneda, el comercio y el crédito practican el terrorismo contra los países pobres, y contra los pobres de todos los países, con una frialdad profesional y una impunidad que humillan al mejor de los tirabombas” (Galeano, 1998: 6). El problema es que no “podemos” ver esa violencia con claridad puesto que aprendemos a verla como normal, habitual, sin relacionar su existencia con el comportamiento de “nuestros” gobiernos, “nuestras” empresas y “nuestros” hábitos de consumo. La vemos como algo que es ajeno a nosotros puesto que ni los medios ni, habitualmente, el pensamiento (si se puede llamar así) vinculado a las universidades nos relaciona estas cuestiones. “La memoria del norte se divorcia de la memoria del sur. La acumulación se desvincula del vaciamiento. La opulencia no tiene nada que ver con el despojo. La memoria rota nos hace creer que la riqueza es inocente de la pobreza, que vienen de la eternidad y que así son las cosas” (Galeano, 1998: 35).
Pero esta violencia no sólo se practica sobre otros países, sino que cada vez la tenemos más cerca de nosotros, en “casa”, aunque no de manera tan salvaje y aunque “en casa” las guerras son de otro tipo, dependiendo de los países y de los recursos naturales a los que nos estemos refiriendo. Por eso, cada vez resulta más evidente la violencia contra las personas y el medio ambiente, ya que cada vez es más frecuentemente ignorado el ejercicio de la razón pública (debate argumentado), la defensa del interés público que ha sido secuestrado hace mucho tiempo por unos parlamentos de escaso contenido democrático y, en definitiva, el objetivo de con-vivir. “En el reino de los negocios la democracia, tal como la contemplaron los fundadores, está ahora en suspenso. Todo lo que nos queda son los mecanismos, los rituales, toda la importante imagen de la democracia que invocan los mismos traficantes de poder que la subvertirán. En Washington D.C. las corporaciones actúan igual que lo hacen en el mercado: juegan para ganar. El problema es cómo ganan ya que su usurpación del poder político destruye el proceso democrático. Quizá de manera inquietante nosotros como ciudadanos nos hayamos habituado a estas incursiones y las aceptamos como parte de los avatares de la política” (Hawken, 1997: 132).
Éstos son juicios razonados que muestran lo evidente, pero los prejuicios aprendidos como parte de nuestra educación y la propaganda de los medios de comunicación nos impiden relacionar lo que ocurre, vincularlo con nuestro estilo de vida y cuestionarlo. Por eso me parece tan relevante el dibujo siguiente, aparecido en el Financial times (27) (en el que los líderes políticos de las principales potencias occidentales tiran de un carro conducido por los poderes económicos) pues expresa con total claridad quién manda y quién, realmente, obedece, o quién hace y decide las reglas y quién las aplica en contra del interés general y como si fueran decisiones legitimadas por una hipotética economía científica en lugar de decisiones basadas en el poder puro y duro que consiste, preci-samente, en tener la capacidad de establecer las reglas de juego, de cambiarlas durante el partido y de violarlas impunemente, imponiendo finalmente un relato oficial que hay que creer. Por ejemplo, el de la crisis económica, ya señalado anteriormente, que sirve para disfrazar un atraco perfecto y es, en el fondo, un golpe de Estado financiero, como lo definió con toda claridad el escritor Juan José Millás (28).
Es interesante señalar que estas reglas, en contra de las creencias instaladas y difundidas por la mayoría de los economistas y de los medios de comunicación sobre el supuesto libre mercado, con-llevan habitualmente cuantiosas subvenciones públicas, en términos monetarios, fiscales, laborales y ambientales, que benefician a las grandes corporaciones como bancos, construc-toras, eléctricas, etc. De manera más clara, “(…) la corporación moderna controla los precios y los costes, organiza a los proveedores, persuade a los consumidores, guía al Pentágono, configura la opinión pública, soborna a los políticos y es, de otras maneras, una influencia dominante en el Estado (…) Lo que necesita la gran corporación en materia de investigación y desarrollo, obras públicas, apoyo financiero de emergencia, socialismo cuando las ganancias dejan de ser probables, se transforma en política pública (…) Sus intereses tienden a convertirse en interés público (…). Cuando la corporación moderna adquiere poder sobre los mercados, poder sobre la comunidad y poder sobre las creencias, pasa a ser un instrumento político, diferente en forma y en grado, pero no en esencia, del Estado mismo. Sostener algo contrario –negar el carácter político de la corporación moderna– es más que evadirse de la realidad. Es disfrazar esta realidad. Las víctimas de este encubrimiento son los estudiantes a los que formamos en el error. Los beneficiarios son las instituciones cuyo poder disfraza-mos de esta manera. No puede haber duda: la economía, tal como se la enseña, se convierte, por más inconscientemente que sea, en una parte de la maquinaria mediante la cual se impide al ciudadano o al estudiante ver de qué manera está siendo gobernado o habrá de estarlo” (Galbraith, 1982: 123 y 189).
No hay nada más que ver los ingentes beneficios que bancos, eléctricas, constructoras y empresas de sanidad privada, van obteniendo gracias al favorable trato fiscal por parte de los gobiernos (29). Tenemos ejemplos recientes en la decisión del gobierno norteamericano de Bush, que Obama no cuestionó, para que las empresas que lleven a cabo el fracking no sean penalizadas por incumplir las leyes que protegen el aire y el agua, es decir, que se les permite contaminar impunemente el suelo, el aire, el agua y dañar la salud de las personas. Claro que la empresa más importante en aplicar esta técnica es Halliburton, cuyo presidente es Cheney, que era vicepresidente con Bush cuando se aprobó esta despenalización, que Obama no eliminó (30). En cualquier caso, tampoco es nuevo saber que el gobierno de Bush ya había aprobado otra ley limitando la responsabilidad de las empresas petroleras en el caso de los derrames como el que ocurrió en el golfo de México (31). Y por si se nos olvida, no está de más recordar que las centrales nucleares están exentas por ley de la responsabilidad de compensar los daños generados por los desastres y escapes nucleares (en el caso de que fuera realmente posible), excepto un mínimo porcentaje, siendo el Estado, lo público, el que cargaría con esa responsabilidad. Los rescates de los bancos privados con cientos de miles de millones de fondos públicos o las subvenciones públicas a la energía fósil estimadas en 5’3 billones de dólares o, para efectos comparativos, el 6’5 % del PIB mundial (Coady, D. et al., 2017), nos dan una idea del tipo de capitalismo que tenemos y que hace grandes negocios a costa de lo público y del saqueo del planeta.
Por otro lado, el comportamiento de la Unión Europea (32) refleja con toda claridad que Europa está dominada por poderes no democráticos que deciden unilateralmente sobre las reglas de juego a aplicar, con independencia de los efectos sobre los derechos de las personas. No hay nada más que prestar atención a los vínculos existentes entre los políticos y sus negocios, por si no lo teníamos claro todavía:
“(…) porque resulta que los ministros de finanzas de Europa no están todos a favor de equilibrar el presupuesto, si el presupuesto tiene que equilibrarse cargando de impuestos a los ricos: los bancos saben que todos los impuestos que los ricos son capaces de evadir terminan en manos de los bancos. De modo, pues, que ahora han caído las máscaras, y la guerra de clases ha vuelto a la escena de forma descarnada. Al principio, Varoufakis pensaba que estaba negociando con la Troika, es decir, el FMI, el BCE y la Comisión Europea. Pero estos vinieron a decirle: no, no, usted está negociando con los ministros de finanzas. Y los ministros de finanzas en Europa se parecen mucho a Tim Geithner, el antiguo secretario del Tesoro en los EEUU. Son lobbystas de los grandes bancos.Y los ministros de finanzas lobbystas lo que se dicen es: ¿cómo podemos dar otra vuelta de tuerca aquí, y convertir a Grecia en objeto de escarmiento, al estilo del trato dispensado por Norteamérica a Cuba en los 60?” (33).
De acuerdo con esta afirmación, parece razonable suponer que los demás ministros son lobbystas de otros grupos empresariales. ¿Habrá alguno/a que no cumpla ese papel en su ámbito de interés y sea lobbysta del interés público de acuerdo con los principios elementales de una democracia? La prolife-ración de tratados comerciales sobre todo tipo de aspectos constituye una traición a la comunidad y una legitimación del saqueo de lo público y de la eliminación de los derechos laborales, sociales y ambientales, en suma un vaciamiento de la democracia llevado a cabo por los propios gobiernos (34).
En España, un reciente informe de Oxfam, titulado Gobernar para las élites: secuestro democrático y desigualdad económica, lo dice todo muy claro (35). Y en Canarias, no sólo tenemos un sistema fiscal que beneficia a los más ricos, habiéndoles permitido dejar de pagar desde 1996 unos 30.000 millones de euros en impuestos (según la Agencia Tributaria) sin saber a qué los han dedicado, sino que, además, se ha aprobado una Ley del suelo que lo considera, básicamente, como un activo urbanizable (36). Por su parte, el Gobierno de Canarias “pretende” apoyar a la agricultura ecológica con unas subvenciones anuales de 55.400 euros en 2018 (37), aunque es necesario aclarar que esa cantidad es sólo el 10’5 % del total que será complementado por la Unión Europea y el Gobierno de España. En cualquier caso, suponer que se pueda ayudar a mantener la agricultura ecológica en Canarias con unas ayudas totales de 550.000 euros por año es mucho suponer, comparados con los casi 150 millones de euros de subvenciones europeas que recibe el plátano (38). En otro orden de cosas, cuando se lee la convocatoria de las subvenciones para el mantenimiento de la agricultura ecológica se ve con claridad que ese recurso no está pensado para la situación real de los pequeños agricultores, sean ecológicos o convencionales, ya que es un texto complicado y que solicita una numerosa y detallada documentación que los propios agricultores indican que no tienen tiempo para elaborar.
MEDIO AMBIENTE, HÁBITOS DE CONSUMO Y DIGNIDAD HUMANA.
La otra cuestión fundamental consiste en ver los problemas ambientales como directamente relacio-nados con los estilos de vida y de consumo o, dicho de manera clara, los problemas ambientales son, también, los mismos estilos de vida y de consumo que consideramos normales. De acuerdo con el “Programa comunitario de política y actuación en materia de medio ambiente y desarrollo sostenible”, elaborado por la Unión Europea en 1992, “Los auténticos ‘problemas’, responsables de las pérdidas y daños ecológicos, los constituyen las pautas de conducta y de consumo de los seres humanos en la actualidad” (39). Claro que este diagnóstico “olvida” que, muy raramente somos los “consumidores” los que exigimos determinadas mercancías, sino que es la publicidad de las empresas la que nos “constru-ye” las “demandas” y “necesidades” hasta hacerlas “nuestras”.
De hecho, se puede decir que somos seres humanos social y culturalmente construidos reflejando nuestros esquemas mentales, consciente o inconscientemente, la sociedad en la que vivimos (que es la que nos enseña esos esquemas y formas de mirar y comprender) y la “normalidad” con la que la vemos. Por eso Erich Fromm se preguntaba en ¡¡¡1963!!! ¿Qué clase de hombre requiere esta sociedad para funcionar bien? Y su respuesta era:
“Hombres que cooperen dócilmente en grupos numerosos, que deseen consumir más y más, y cuyos gustos estén estandarizados y puedan ser fácilmente influidos y anticipados. Hombres que se sientan libres e independientes y que estén dispuestos a ser mandados, a encajar sin roces en la máquina social. Que puedan ser guiados sin fuerza, conducidos sin líderes, impulsados sin meta, salvo la de continuar en movimiento, de funcionar, de avanzar. Es el hombre enajenado, en el sentido de que sus acciones y sus propias fuerzas se han convertido en algo ajeno, que ya no le pertenecen” (Fromm, 1981: 11-12).
Es obvio que el “hombre enajenado” que requiere esta sociedad es construido por el sistema educativo, los medios de comunicación y las agencias de publicidad. Parece claro que esta sociedad no funcionaría así si contara con personas no enajenadas, de ahí la necesidad de construir o educar en la enajenación y la apariencia de democracia. El papel de estas agencias fue muy bien expuesto por Stanley Resor, presidente de la J. Walter Thompson, agencia de publicidad de Estados Unidos, quien afirmó:
“Cuando los ingresos aumentan, lo más importante es la creación de nuevas necesidades. Cuando se pregunta a la gente: ‘¿Sabe usted que su nivel de vida aumentará un 50 % en diez años?’, no tiene idea, ni por asomo, de lo que eso quiere decir (…) A menos que se les llame con insistencia la atención al respecto, no se reconocen en la necesidad de un segundo auto. Esta necesidad debe ser creada en sus mentes, hay que hacerles darse cuenta de la ventaja que les brindará el segundo auto. A veces, hasta son hostiles a esa idea. Considero que la publicidad es la fuerza de educación y de activación capaz de provocar los cambios en la demanda que nos son necesarios. Inculcar a mucha gente un nivel de vida más elevado, hace aumentar el consumo al nivel que justifican nuestra productividad y nuestros recursos” (Gorz, 1959).
Así es que es muy importante darnos cuenta de que,“(…) el poder más grande es el de preformar a alguien de tal modo que haga por sí mismo lo que se quería que hiciera sin necesidad de dominación o de poder explícito. Conforma un conjunto de capacidades, disposiciones y potencialidades que quedan incorporadas en nuestras prácticas antes de que el sujeto pueda tomar conciencia de ellas (…) lo que imposibilita (al menos de entrada) su cuestionamiento. La atención a este tipo de poder obliga a ampliar el terreno de la política y asumir como tarea primordial la formación de los individuos autónomos” (Castoriadis, 2005: 26), pues sin individuos autónomos, es decir, sin una capacidad personal de pensar y mirar por cuenta propia, los individuos no podemos tomar conciencia de por qué pensamos lo que pensamos (si es que realmente pensamos) y nos comportamos tal y como lo hacemos.
Por ejemplo, los hábitos alimentarios “modernos” (socialmente construidos y normalizados como hábitos aceptados) están basados en una agricultura industrializada, muy subvencionada, muy contaminante (40) (como muestran los trabajos de Nicolás Olea), nutricionalmente empobre-cida e intensiva energía fósil (41), pues los abonos, pesticidas y fertilizantes se fabrican con petróleo, cuyo ciclo completo arroja más CO que ninguna otra actividad (42), mientras se ignora que la alimenta-ción sana, basada en una agricultura ecológica, no contaminante y no subvencionada, es la agricultura campesina e indígena que ofrece una enorme varie-dad de alimentos y que alimenta a la mayor parte de la población del planeta (43). Es más, el transporte y la distribución de alimentos requieren un gasto adicional de energía para su empaquetado que habitualmente ignoramos, algo que también parece ignorar la resolución del Gobierno de Canarias sobre el tema, siguiendo al Parlamento Europeo, que “trata” de disminuir el consumo de plásticos de un solo uso. La situación resulta esperpéntica pues casi todos los alimentos que compramos vienen envueltos en una o varias capas de diferentes plásticos, pero a la hora de pagar se nos advierte que si queremos una bolsa de plástico hay que pagarla “aparte”, para “no contaminar”, y todos tan contentos de ser ecologistas… y de seguir consumiendo y tirando plásticos pero pagando la bolsa o no usándola (44). Por otro lado y de acuerdo con el informe que acabamos de citar (véase la nota 39) “(…) más del 90 % de las y los agricultores del mundo son campesinos e indígenas, pero controlan menos de un cuarto de la tierra agrícola mundial.Y con esa poca tierra, la información disponible muestra que producen la mayor parte de la alimentación de la humanidad”. Sin embargo, la mayoría de las personas vive en la creencia de que la mayoría de los alimentos viene de explotaciones agrícolas industriales y además que esos alimentos están cultivados de manera sana, ya que los gobiernos vigilan y protegen esas prácticas “sanas”.
Por eso, la mayoría de las personas se queja de que los precios de los alimentos ecológicos sean más elevados que los de los productos no ecológicos. Aunque no siempre es así. En cualquier caso, esta queja muestra el desconocimiento de lo que se compra, un alimento sano y en cuya producción no se contamina, frente a un alimento más barato y menos nutritivo en cuya producción se utilizan toneladas de pesticidas y fertilizantes que acaban en el suelo, el aire, los ríos y los mares, sin que ese alimento quede libre de pesticidas, sin que los agricultores paguen por los daños que generan y que, además, son muy generosamente subvencionados. En “Los costes reales de la agricultura moderna” (45), Pretty señala que pagamos tres veces por los alimentos procedentes de la agricultura industrial que compramos: a) el precio en el supermercado; b) el coste de la contaminación que generan y de los daños a la salud que provocan; y c) a través de los impuestos que pagamos para que los agricultores convencionales reciban cuantiosas subvenciones que salen de los presupuestos públicos, es decir, de los contribuyentes.
Aquí Pretty refleja también una confusión terminológica entre coste y precio, puesto que los costes-daños ambientales se pagan (en términos de más contaminación y más enfermedades) pero no se pueden estimar en unidades monetarias ni incorporarlos a los precios, pero el argu-mento de pagar tres veces es válido, aunque paguemos de diferentes maneras y alguna de ellas sea la enfermedad e incluso la muerte. Lo razonable, por ser además la única opción ambientalmente viable (46), sería subvencionar la agricultura ecológica, ya que evitaría muchísimas enferme- dades, es decir, menores costes a la salud y al medio ambiente, y permitiría alimentar a todo el planeta. Por su parte, la FAO organizó en 2007 en Roma una Conferencia Internacional sobre Agricul-tura Ecológica y Seguridad Alimentaria (47) destacando innumerables ventajas de la agricultura ecológica, entre ellas las siguientes:
• Alimentar a todo el planeta con alimentos sanos, altamente nutritivos y libres de venenos.
• Ahorrar reservas de agua. • Limitar la erosión de los suelos y permitir una percolación total de las aguas de lluvia. • Preservar la biodiversidad alimenticia guardando celosamente las variedades tradicionales, que son más resistentes y, por ende, más capaces de adaptarse a los trastornos climáticos.
• Generar circuitos cortos y promover la seguridad alimenticia.
• Salvaguardar al pequeño campesinado tradicional.
• Regenerar la agro-silvicultura tradicional. • Luchar contra el calentamiento climático al suprimir los fertilizantes químicos y pesticidas, y al fijar el carbono en el suelo por su aumento en contenido de materias orgánicas.
Sin embargo, se hace todo lo contrario, se sigue insistiendo en que la carne es fundamental para una alimentación adecuada, pero no se nos aclaran otros aspectos. La ganadería es una actividad contaminante y ruinosa en términos energéticos, pues producir una caloría de carne requiere la ingesta de 10 calorías, ya que el metabolismo animal sólo fija un diez por ciento de la energía consumida perdiéndose el noventa por ciento restante (48). Esto no es un problema en espacios montañosos y de climas húmedos en los que el pasto puede alimentar de manera natural a los animales, pero sí lo es en el caso del ganado estabulado que requiere alimentación basada en maíz o soja. Así pues, esta alimentación despilfarra energía fósil (49) y genera una cantidad elevada de CO2, destruye los bosques (50) y representa una proteína de baja calidad debido a la cantidad de antibióticos que ingieren los animales (51). En suma, comer más carne significa contaminar más y usar más petróleo, es decir, estar en más guerras como señala Manning (52). El disparate ambiental es total pues despilfarramos petróleo para producir alimentos y luego transformamos parte de los alimentos (cereales, maíz y otros) en combustibles (carburantes de origen vegetal) para mantener el modelo de transporte, con el resultado final de un balance energético negativo (53) en un contexto de escasez de energía fósil. Esto nos mete cada vez más en una situación de precolapso mental irresoluble.
Es decir, nos cuesta ir entendiendo (tampoco nos lo ponen fácil) que una agricultura de proximidad, ecológica, de temporada y de fuerte componente vegetariano beneficia más a la salud de las personas y a la transición hacia una economía sana (agricultura ecológica frente a agricultura oncológica) que la agricultura industrial. Es un proceso que requiere un cambio mental que bastantes personas están llevando a cabo pero que se enfrenta a enormes resistencias por parte de los que se benefician de esta “normalidad”. Pero no se trata sólo de cambiar los hábitos de consumo sino, además, de profundizar en la construcción de personas democráticas que rechacen el engaño de alimentarse con productos de mala calidad basados en prácticas insostenibles. Como señala Barruti, “la salida no está en ser mejores consumidores sino, en todo caso, en convertirnos en una sociedad que ejerza una democracia responsable. Soberana. Una sociedad en la que estemos dispuestos a abrir los ojos, a dejar de comernos unos a otros, a dejar de comernos el futuro”(Barruti, 2013: 9). Pero para eso hace falta, entre otras cosas, ver con claridad, como sugiere El Roto, que nuestro nivel de consumo es muy superior a nuestro nivel de conciencia.
Por otro lado, tratar de seguir manteniendo un abastecimiento de agrocombustibles de origen agrícola-industrial para poder continuar con una hipermovilidad sin sentido (y sin solución, excepto la creación de proximidad) (54) que obliga a millones de personas a “aceptar” atascos diarios o largos desplazamientos inútiles, son más ejemplos del ineficiente, inhumano e insostenible estilo de vida que se sigue considerando moderno ya que aumenta el PIB, a costa de aumentar los costes sociales que engordan ese PIB (55) (¿en qué beneficia a las personas y a la economía real el tiempo perdido en estos desplazamientos y el combustible quemado en los atascos?). Sin olvidar que, según la OMS, en 2012 fallecieron 7 millones de personas por la mala calidad del aire en las ciudades (56). En suma, alimentación y movilidad-transporte son dos aspectos básicos de esta “normalidad” que nos han metido de lleno en un atasco-colapso civilizatorio del que los gobiernos no quieren hablar y del que tratan supuestamente de salir con medidas que, en la práctica, sólo agravan la situación real de las personas (la mayoría de las cuales ya sufre ese colapso de manera cotidiana) y del medio ambiente.
Tratar de evitar el colapso mental y el colapso físico requeriría fusionar o trasladar nuestra parte de ciudadano a nuestra parte de consumidor para hacer del consumo un acto responsable, democrático, que respete las personas y a la naturaleza para tomar conciencia mínimamente de la situación que estamos viviendo. Esto es lo que quizás sea el inicio de lo que Fromm calificaba como el carácter revolucionario, en el sentido de “(…) una persona sana, viva y cuerda. Es un hombre desobediente, libre e independiente (…) La persona sana en un mundo insano, el ser humano plenamente desarrollado en un mundo tullido, la persona completamente despierta en un mundo semidormido, es precisamente el carácter revolu- cionario” (Fromm, 1981: 64-77). De una manera similar se expresa Castoriadis, precisando que “Revolución significa una transformación radical de las instituciones de la sociedad (…) Pero para que tal revolución exista, hace falta que haya cambios profundos en la organización psicosocial del hombre occidental, en su actitud con respecto a la vida (…) Hace falta que se abandone la idea de que la única finalidad de la vida es producir y consumir más (…) hace falta que se abandone el imaginario capitalista de un seudocontrol seudorracional, de una expansión ilimitada” (Castoriadis, 1992: 272).
Todo el “enriquecimiento” intelectual y psíquico del ser humano es fundamental para poder cambiar esta situación, sabiendo que nos enfrentamos a un capitalismo criminal. Por eso me resulta tan atractivo y relevante el planteamiento de Maslow:
“El primer Gran Problema y el de mayor alcance es la formación de la Persona Buena. Necesitamos seres humanos mejores, porque si no es muy posible que nos aniquilen a todos, e incluso si no nos aniquilan, es seguro que viviremos, como especie, en la tensión y la angustia (…). A la Persona Buena se la puede llamar también persona que evoluciona, persona responsable-de-sí-misma- y-de-su-propia-evolución, persona plenamente esclarecida, despierta o lúcida, persona plenamente humana, autorrealizadora, etc. (…) ninguna reforma social, ninguna constitución, programa ni ley, por hermosos que sean, surtirá ningún efecto a menos que la gente sea lo suficientemente sana, evolucionada, fuerte y buena como para entenderlos y querer llevarlos a la práctica de forma adecuada” (Maslow, 2008: 38-39).
Entiendo que la clave está en la expresión “personas-responsables-de-sí-mismas-y- de-su-propia-evolución”. El problema es que todos creemos que somos así, responsables y decidiendo por nuestra cuenta, ajenos al contexto cultural que nos envuelve y en el que la publicidad, como vimos más arriba, moldea continuamente nuestros deseos y nuestra manera de ver aunque nos lleve al desastre.
Para algunos científicos sociales, el problema es el capitalismo, no las personas, no se trataría de una cuestión de personas buenas o malas, en un sentido literal. Ya hemos visto cómo el capitalismo nos construye a las personas de una determinada manera, nos acostumbra a una “normalidad malvada” y la legitima, aunque no se hable de maldad sino de racionalidad económica. Por eso lo “hacemos” funcionar las personas, con nuestros hábitos de consumo y de pensamiento nor-malizados y aprendidos, de ahí que seamos las personas las que podamos parar su funciona-miento y cambiarlo. Hablar de capitalismo o de racionalidad económica de manera impersonal sólo sirve, en mi opinión, para desdibujar la responsabilidad del orden criminal en el que nos encontramos. El que la universidad o las escuelas de negocios enseñen esta racionalidad no puede servir de excusa; al contrario, lo que indica es “la terrible quiebra moral” normalizada que apenas percibimos. Como dice el periodista y escritor español Isaac Rosa, “Tenemos un discurso muy crítico con el capitalismo, pero el capitalismo somos nosotros y no lo vemos. Hablamos de transformar la sociedad, pero no estamos transformando nuestras actitudes, expectativas, costumbres, a lo que estamos dispuestos a renunciar y a hacer” (57). Obviamente no es nada fácil, ni verlo, ni cambiarlo, ni enfrentarse a una violencia brutal en diferentes ámbitos. Pero no hay otra opción. Intentarlo, tener esperanza, es hacer algo que tiene sentido para uno mismo aunque no sepamos bien si se va a conseguir el resultado deseado.
Esto es lo que parece, de acuerdo con Diamond, que hicieron las sociedades que evitaron colapsar. Este autor, en su libro Colapso (2005), dedica el capítulo 14 a estudiar ¿Por qué algunas sociedades toman decisiones catastróficas? Evidentemente hablar de sociedades en conjunto es más que proble-mático y ese capítulo, como el resto del libro, presenta bastante confusión y errores, como muestran McAnany y Yoffee (2010). Sin embargo, hay un aspecto que considero que tiene una adecuada capacidad explicativa y consiste en que en las sociedades que no colapsaron, dejando de lado las agresiones y guerras internas o externas, “Quizás la clave del éxito o el fracaso como sociedad resida en saber qué núcleo de valores debe conservarse y cuáles hay que desechar y sustituir por otros nuevos cuando la situación cambia” (Diamond, 2006: 352). En otras palabras, el mante-nimiento de un sistema de valores obsoleto que no ayuda a percibir, comprender ni solucionar los problemas condujo al colapso. ¿Y por qué se mantiene ese sistema? Según Diamond, se man-tiene “(…) cuando los intereses de la élite que detenta el poder y toma las decisiones chocan con los intereses del resto de la sociedad. Cuando la élite puede aislarse de las consecuencias de sus actos, es más probable que haga cosas que beneficien a sus miembros con independencia de si esos actos perjudican a los demás” (Diamond, 2006: 350). Este diagnóstico entiendo que es similar al empleado por Poch para referirse a la actual Unión Europea. Concretamente “(…) la ‘idea europea’ sufre cierta muerte espiritual. Después de haber sido atracados en nombre de Europa (rescate bancos, conversión de deuda privada en deuda pública, drásticos recortes en el estado social…) y después de constatar que no hay soberanía en decisiones fundamentales, muchos europeos, incluso los que recibimos fondos de cohesión, miran a la UE con otros ojos. Donde antes se veían ventajas y progresos, ahora se abren paso desventajas y retrocesos. Eso tiene diversas manifestaciones, en el Norte, en el Sur, en el Este y en el Oeste, pero se produce un poco por todas partes; referéndums, “populismos”, avances de la extrema derecha y –más débiles– nuevos altermundismos y eurocriticismos de izquierda. Para impedir, para salir al paso de todo eso, habría que corregir, cuestionar y cambiar las normas de funcionamiento de esta UE neoliberal, que provocan todos esos descontentos, esas involuciones sociales y esos referéndums de contestación, pero:
- ¿Cómo hacerlo si sus tratados fundamentales, se diseñaron para eso y además están blindados (“No hay democracia fuera de los tratados europeos”, ha dicho Juncker).
- Parece que para cambiar las cosas, la UE, tal como la conocemos, debería negarse a sí misma, pero, ¿puede un establishment administrativo no electo, al servicio de los intereses oligárquicos, practicar tal ejercicio desde Bruselas?
- Y si eso no es posible sin la ciudadanía, ¿cómo puede intervenir una ciudadanía, el pueblo, en el marco europeo, si la ciudadanía europea y el pueblo europeo no existen? (existen el pueblo francés, español, húngaro, pero no el ‘pueblo europeo’)” (58).
El problema es que sólo si las élites no pueden aislarse de las consecuencias de sus actos es más probable el conflicto entre estas élites y los ciudadanos, por lo que el cambio en el sistema de valores podría lograrse evitando el colapso. Desde mi punto de vista, estamos, todavía y en conjunto, en un contexto en el que las élites pueden aislarse de las consecuencias de sus actos puesto que consiguen evitar que exista una clara y generalizada conciencia de la situación que vivimos y del probable colapso. La mal llamada crisis económica es una buena excusa para justificar los recortes de derechos salariales y laborales, en la educación y sanidad, la precariedad, el priorizar el crecimiento económico frente a la defensa del medio ambiente y de la vida, etc. Nunca es el momento adecuado de prestar atención a los valores democráticos que suponen defender la vida, el medio ambiente y las personas (frente a este capitalismo criminal del que habla Zuboff), entre otras razones porque no vemos que las personas que dicen representar a la democracia den ejemplo de defender los valores democráticos y de que al actuar así sean sancionados.
En el fondo se mantiene el discurso según el cual la defensa de la vida es algo incompatible con ser competitivo en términos económicos (monetarios); en otras palabras, que para ser competitivo hay que ir contra la vida, disparate que nos lleva al comienzo del texto, es decir, al mantenimiento de una normalidad patológica y a una ausencia de cordura que prima intereses económicos y financieros. Pero hay una respuesta, tanto en la calle como en el ejercicio de actividades como la agricultura ecológica, que aún teniendo casi todo en su contra siguen apostando por la vida y por con-vivir. ¿Podemos aprender a con-vivir? Desde luego, con la educación que recibimos se puede afirmar que no es fácil, ya que habitualmente “aprendemos” lo contrario de lo que realmente vivimos, es decir, estudiamos algunas asignaturas sobre ética y respeto ambiental pero luego no “vivimos” ese conocimiento una vez “aprobado”. Aprender a con- vivir requiere con-moverse, emocio- narse, es algo que no se aprende en un curso concreto, pero es la experiencia que yo he vivido con mis estudiantes. ¿Cuándo percibí yo que aprendían de verdad? Cuando veía que se con-movían (59) con un texto o con un documental, cuando expresaban sus emociones y su empatía, lo que les permitía ponerse en el lugar del otro y comprenderlo. Ese aprendizaje no consistía en memorizar y repetir, que es lo más habitual y transforma al estudiante en un sumiso obediente, o en un aburrido que afortunadamente “pasa” del tema, sino que llegaba inesperadamente al conmoverse. Sólo después de esta vivencia es posible profundizar en otros aspectos complementarios relacionados con la inteligencia. Al menos esa es mi experiencia.
Por mucha evidencia empírica que se muestre de la realidad, lo habitual es que esa evidencia no con-venza o no se transforme en un cambio de hábitos de pensamiento y de consumo. Habitual-mente no se trata de que no queramos cambiar, sino de que no podemos hacerlo sin ser penali-zados, bien por el rechazo de los que no cambian ya que se identifican con la situación, bien por la descalificación de los que mantienen los valores que son funcionales al mantenimiento de ese estado de cosas, básicamente los gobiernos y empresas. En suma, apenas es posible dialogar, aunque se abuse de ese término, lo que impide coincidencia en el emocionar que señala Maturana, y que es la que permite entenderse y construir un proyecto colectivo de con-vivencia. Dicho de otra manera, empezar a salir del estado de normalidad enajenada no es nada fácil y tampoco hay recetas; es, con frecuencia, un despertar inesperado que está relacionado con el poder empezar a con-moverse ante una situación o un estado de cosas. Es empezar a pasar del con-vencer al con-versar, al con-mover y al con-vivir, pero aceptando que cada uno hace lo que tiene sentido para él.
Sin con-moción no es fácil que sea posible una con-versación, sino sólo la apariencia de ella, pues no hay encuentro sobre el deseo básico del con-vivir. Pero, de nuevo, con-moverse no está bien visto, no parece “serio” o “racional”, por eso hay que cuestionar estas etiquetas y recordar que “Los observado-res más sensibles tienen la capacidad de incorporar una parte mayor del mundo dentro del yo, es decir, pueden identificarse y sentir empatía con círculos más y más amplios y más y más comprehensivos de cosas vivas e inanimadas. De hecho esto puede llegar a ser una característica distintiva de la persona-lidad altamente madura (…) O quizás podríamos formular una hipótesis general que diría más o menos así: el amor por el objeto parece probable que aumente el conocimiento del objeto por medio de la experiencia mientras que la falta de amor disminuye el conocimiento del objeto por medio de la experiencia, aunque también puede aumentar el conocimiento de espectador del mismo objeto” (Maslow, 1966: 50-51).
En contra del “escándalo” que puede provocar la lectura del párrafo anterior relacionando el conocimiento con el amor, y apoyando la experiencia del con-mover como forma consistente e inesperada del conocimiento, Maslow insiste en que la evidencia empírica sólo “llega” si conmueve cuando uno mismo “mira”.
“(…) mi tesis principal es más radical. Si definimos la ciencia en términos de sus comienzos y de sus niveles más simples más que en términos de sus niveles más elevados y complejos, entonces la ciencia no es nada más que ver las cosas por uno mismo en vez de confiar en lo a priori o en cualquier otro tipo de autoridad. Sostengo que esta actitud empírica es lo que se debería enseñar a todos los hombres incluyendo a los jóvenes. ¡Mira por ti mismo! (…) Esta actitud puede ser enseñada y mejorada poco a poco. Enunciada en estos términos –mantente en contacto con la realidad, mantén tus ojos abiertos– se convierte casi en una característica definitoria de lo humano. Ayudar a la gente a volverse más empírica es un modo de mejorar su saber y sus conocimientos (…) Es decir, ayuda a la gente a diferenciar los hechos de los deseos, de las esperanzas o de los temores” (Maslow, 1966: 135-136).
Por este camino entiendo que está el futuro de las personas, por la senda de entender y entenderse para hacerse más humanos. En caso contrario, no hay que ser profeta para intuir un futuro no lejano en el que, no habiendo recursos naturales ni capacidad ambiental para mantener el estilo de vida occidental, ni personas humanizadas que miren con claridad con los ojos abiertos, continuaremos con más guerras, más exclusión, más pobreza y más deterioro ambiental irreversible.
REFLEXIONES FINALES
El principal problema ambiental es la economía criminal y violenta, basada en la explotación de los ecosistemas y de las personas. Esto requiere sujetos que sean más consumidores sumisos y enajenados que personas conscientes y buenas, en el sentido visto más arriba, para aumentar los beneficios empresariales mediante el crecimiento del PIB ignorando los costes sociales y ambientales.
Al perder la condición de seres humanos razonablemente conscientes, que sienten y comprenden cómo viven y qué implicaciones tiene su estilo de vida, para ser transformados en consumidores enajenados, resulta casi imposible entender emocionalmente que el colapso, en su doble dimen- sión mental y física, es la ausencia del con-vivir, pues nos quedamos en la creencia de que nuestra normalidad no daña a nadie y es la que hay que seguir; es decir, nos consideramos como un ejemplo de con-vivencia a seguir por todo el mundo.
La vida de los ecosistemas cambiará, pero no acabará. La vida humana es probable que no pueda seguir en el planeta, pues no hay proyecto para ello… De hecho, las comunidades indígenas más con-viviales y que más nos pueden enseñar sobre prácticas agroecológicas incorporadas en su vida cotidiana y en su estilo de vida, sin idealizaciones, y los países con más recursos naturales, son los que están sufriendo más violencia y más saqueo por parte de los gobiernos y de las corporaciones empresariales.
Como decía Gorz, la utopía consiste en creer que podemos seguir creciendo indefinidamente en un mundo finito. La no utopía es lo que ya están viviendo desde hace siglos grupos de peque-ños agricultores ecológicos que, sin apoyos, generan unos alimentos sanos y sin costes ambientales que permiten alimentar a la mayor parte de la población del planeta.
NOTA DE AGRADECIMIENTO
Agradecemos la autorización concedida desinteresadamente por el dibujante Miguel Brieva para incluir en este artículo algunos de sus dibujos, obtenidos de las siguientes publicaciones:
- Dinero: revista de poética financiera e intercambio espiritual. Ed. completa de los 5 números. Barcelona: Reservoir Books, 2008.
- Bienvenido al mundo: enciclopedia uni- versal Clismón. Barcelona: Reservoir Books, 2007.
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NOTAS
1 https://www.eldiario.es/norte/euskadi/ Mandatarios-mundial-corrupcion- federalismo-Espana-periodismo-Catalunya _0_764673584.html. 2 http://www.ecominga.uqam.ca/PDF/BI BLIOGRAPHIE/GUIDE_LECTURE_1/ CMMAD-Informe-Comision-Brundtland- sobre-Medio-Ambiente-Desarrollo.pdf. 3 http://eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/ TXT/?uri=LEGISSUM:l28062. 4 file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Re cursos_Mundiales_2004.pdf. 5 https://viacampesina.org/es/17-de-abril- ecvc-liberen-a-los-campesinos-de-los- tratados-de-libre-comercio. 6 https://www.crisisenergetica.org/staticpa- ges/index.php?page=20040213181657769. 7 Por ejemplo, para el médico Peter Gotzsche, “el consumo de medicamentos con receta es la tercera causa de muerte tras las enfermedades cardiovascula- res y el cáncer. En Estados Unidos, por ejemplo, la prescripción de medicamentos causa cerca de 200.000 defunciones todos los años”. https://www.elconfi- dencial.com/alma-corazon-vida/2014-11-03/ la-industria-farmaceutica-es-muy-rica-y-ha- corrompido-por-completo-los-sistemas-de- salud_408758. 8 https://laskellys.wordpress.com/2016/07/ 10/camareras-de-pisos-una-profesion-de- mujeres/#more-5413. 9 http://www.fuhem.es/media/ecosocial/Fi le/Actualidad/2011/Leipert.pdf. 10 https://elpais.com/economia/2014/06/ 12/actualidad/1402564871_895351.html. 11 Esto ocurre con la mayoría de los productos elaborados que compramos, por eso hay una corriente que se denomina comercio justo y que trata de hacer frente al resto del comer- cio que es, sencillamente, el comercio injusto. Ver,por ejemplo,Werner yWeiss,2011,El libro negro de las marcas. 12 http://www.rebelion.org/noticia.php?id= 241363. 13 http://truth-out.org/archive/component/ k2/item/83162:wall-streets-economic-cri mes-against-humanity. 14 http://www.sinpermiso.info/textos/el-mi to-del-fundamentalismo-del-mercado-libre. 15 ¿Se puede esperar algún beneficio para el medio ambiente por parte de una ministra del ramo que viene de una de las empresas más contaminantes de España? https://www. eldiario.es/sociedad/Gobierno-fertilizantes- defender-fabricantes-Agricultura_0_7408 76376.html. 16 http://lhblog.nuevaradio.org/b2-img/De bordGuyComentarios.pdf. 17 http://www.zeleb.es/tv/el-video-de- jordi-evole-que-deberia-avergonzar-a-la- union-europea. 18 https://www.jornada.com.mx/2019/04/09/ opinion/017a2pol. 19 https://www-cdn.oxfam.org/s3fs-public/ file_attachments/mb-extreme-carbon-inequa- lity-021215-es.pdf. 20 http://worldcantwait-la.com/davies-cuan- tos-millones-de-personas-han-sido-asesinadas- por-estados-unidos-en-las-guerras-posterio- res-al-11-de-septiembre-parte-1-irak.htm. 21 http://www.presstv.ir/Detail/2015/04/27 /408267/US-military-plans-WWIII. 22 http://www.laveudafrica.com/viaje-a-las-ti nieblas-del-petroleo. 23 https://rsechile.wordpress.com/texaco- en-ecuador-el-peor-desastre-petrolero-del- mundo. 24 http://www.publico.es/sociedad/asesinados -437-ambientalistas-activistas-proderechos- humanos-anos.html. 25 https://www.nacion.com/el-mundo/ terrorismo/modelo-laico-de-convivencia- a-la-francesa-esta-a-prueba-tras-atentados/ SCFRGO4FXRCV5KSGNSX7P6GA64/ story. 26 http://www.rebelion.org/noticia.php?id= 206002. 27 https://www.ft.com/content/c0074548- 9b47-11df-baaf-00144feab49a. 28 https://elpais.com/diario/2010/10/15/ul tima/1287093601_850215.html. 29 http://www.lacasademitia.es/articulo/firmas/ estados-bienestar-y-papa-estado-subvenciona- grandes-empresas-fondos-publicos-federico- aguilera-klink/201511280 71853048908.html. 30 https://www.youtube.com/watch?v=yH3 HxJXHO2A. 31 El Gobierno de Estados Unidos eximió a la petrolera británica BP de tener un plan de emergencia en caso de que la plataforma Dee- pwater Horizon, que alquiló a la subcontrata Transoceanic, provocara un vertido. Hace dos años, la administración del presidente George Bush dejó de exigir estrategias concretas de respuesta a fugas de petróleo a un nutrido grupo de perforaciones en el golfo de México, práctica que ha mantenido la actual adminis- tración. http://elpais.com/diario/2010/05/11/so ciedad/1273528805_850215.html. 32 Para temas de medio ambiente en Europa, consúltese el papel de los lobbies en https:// corporateeurope.org/environment. 33 “Con quién está negociando exactamente Varoufakis, y cuál es la estrategia del gobierno de Syriza. Entrevista de Shermine Peries a Michael Hudson”. http://www.sinpermiso. info/textos/index.php?id=7770. 34 http://www.revistapueblos.org/blog/2018 /02/18/pueblos-76-primer-cuatrimestre- de-2018. 35 https://www.oxfamintermon.org/es/ documentos/17/01/14/gobernar-para- elites-secuestro-democratico-desigualdad- economica. 36 http://www.lacasademitia.es/articulo/ firmas/clavijo-ley-suelo-protocolo-gobier no-argumentos-y-cambio-climatico-federico- aguilera-klink/201606030531 15055053.html. 37 http://www.gobiernodecanarias.org/boc/ 2018/121/014.html. 38 http://www.elmundo.es/grafico/economia/ 2015/12/19/566e81ac46163ff02a8b462e.html. 39 http://eur-lex.europa.eu/legal-content/ ES/TXT/?uri=LEGISSUM:l28062. 40 https://latierraquepisamos.wordpress.com/ videos-y-audios-relacionados/videos-glifosato/pesticidas-detergentes-plasticos-y-otras-hormo- nas-dr-nicolas-olea. 41 https://www.tandfonline.com/doi/abs/10. 1080/00139157.1972.9930634. 42 https://www.grain.org/es/article/entries /4395-alimentos-y-cambio-climatico-el-esla- bon-olvidado. 43 https://www.grain.org/es/article/entries /4956-hambrientos-de-tierra-los-pueblos- indigenas-y-campesinos-alimentan-al-mundo- con-menos-de-un-cuarto-de-la-tierra-agri- cola-mundial. 44 http://www.gobiernodecanarias.org/boc /2018/163. 45 http://billtotten.blogspot.com.es/2007/ 04/real-costs-of-modern-farming.html. 46 http://www.servindi.org/pdf/RE_dere cho%20alimentacion_20113.pdf. 47 http://www.fao.org/organicag/ofs/docs_ fr.htm. 48 http://www.mdc.ulpgc.es/cdm/ref/co llec- tion/csureste/id/182. 49 https://elpais.com/diario/2002/06/10/ opinion/1023660008_850215.html. 50 https://elpais.com/diario/2008/06/27/ sociedad/1214517609_850215.html. 51 https://gastronomiaycia.republica.com/ wp-content/uploads/2018/03/huella_carne_ espanya.pdf. 52 http://www.resilience.org/stories/2004 -05-23/oil-we-eat-following-food-chain- back-iraq. 53 http://www.fuhem.es/media/cdv/file/ biblioteca/Dossier/Biocombustibles_uso_ energetico_biomasa.pdf. 54 http://habitat.aq.upm.es/boletin/n38/aa est. html; file:///C:/Users/Usuario/Downloads/ 6.pdf. 55 http://www.ivanillich.org.mx/LiEnergia. htm. 56 http://www.who.int/mediacentre/news/ releases/2014/air-pollution/es. 57 http://www.elconfidencial.com/cultura /2013-09-16/no-necesitamos-entrar-en-hab- itaciones-sino-salir-a-las-calles_28925. 58 http://ctxt.es/es/20180509/Politica/19488/ Europa-geostrategia-potencias-debilidad- division.htm?utmcampaign=lecturas-11-de- mayo-suscrip&utm_medium=email&utm_ source=acumbamail. 59 http://www.rebelion.org/noticia.php?id= 169560.